lunes, 17 de mayo de 2010

Hispana a su hija (cuarta carta).

Querida hija:

Es de mañana, alrededor de las diez. Estoy en camisón todavía, deambulando por la casa, sin lograr arrancar con las cosas del día. Debería vestirme y salir cuanto antes; sin embargo, no puedo. Una y otra vez retorna a mi mente la misma pregunta: ¿Qué sigue hija? ¿qué sigue ahora? ¿Cómo continuar después de vencer la gran barrera de mi “amnesia”, y luego de haber enunciado para vos las interminables letanías de mi pedido de perdón?
Necesito cuando menos no digo ordenar mis ideas, es imposible eso en esta etapa de mi vida según veo, pero quisiera al menos tomarme ese momento de imaginarme que te hablo y me escuchas, me recibís, me entendés. ..
Además, anoche dormí muy mal hija, entrecortado, sobrellevando la noche entera un sueño que por momentos me parecía real, y no sé, tengo esa sensación fea de querer seguir durmiendo el día entero, y a la vez, durante la noche había momentos en los que quería escaparme del sueño, despertar y salir corriendo.
Me veía caminando por la vereda de una calle ancha, una especie de avenida. Yo andaba despacio; llevaba una bolsa muy grande y pesada, mis ropas se veían algo viejas, desgreñadas, y por alguna razón, no sé cual, me había quedado sin casa.
Como no podía levantar esa especie de enorme bolsa de consorcio negra que supongo que portaría mis pertenencias, la llevaba a la rastra prácticamente; tenía una sensación de mucho cansancio, tanto que en un momento dado me acomodaba en un recoveco de una vidriera y me iba quedando dormida.
De repente, a lo lejos, comienzo a sentir una especie de murmullo, primero lejano, después más nítido cada vez; levanto la mirada y veo avanzar por el pavimento una columna de personas que vienen caminando en una especie de marcha. Entonces yo me acerco al cordón, tratando de despabilarme. Algo más cerca, veo que esas personas, de edades diferentes, portan cada una un cartel, un rectángulo de cartón que llevan colgado con una cinta. Este cartón se apoya sobre su pecho, y entrecerrando mis ojos alcanzo a ver, no a leer nítidamente, que cada uno tiene un nombre, casi todos dicen: doctor, o partera, y una fecha de nacimiento.
En ese momento, dentro mismo del sueño, siento que mi corazón da un vuelco; suelto mi bolsa, la dejo tirada ahí, junto al cordón, porque tengo un instante de claridad, luminosa y radiante que me hace dar cuenta de que ahí, entre medio de esa gente puede ser que estés vos.
Empiezo entonces a moverme entre la multitud: primero lentamente, luego a medida que la masa avanza y llega a su final, lo hago cada vez más rápido. Al principio solamente miro, después directamente los paro uno por uno, a todos los que puedo con un movimiento en seco para leer mejor los datos, pero ninguno coincide con los tuyos; a la par que les pregunto cada vez más desesperadamente ¿dónde naciste? ¿dónde naciste? Pero me doy cuenta de que algo pasa. No sé si es que la gente me ignora, o me rechazan por mi aspecto, o que no me ven directamente, como si yo fuera invisible.
Al final hija, la escena toma un tinte bastante dramático: mis movimientos se van tornando cada vez más rápidos, al punto tal que termino girando sobre mi misma y muy mareada, a punto de caerme casi, agarrándome con una mano del cordón de la vereda viendo a la multitud alejarse y con una extrañísima sensación de real invisibilidad y de mucha tristeza por haber perdido la posibilidad de encontrarte.
Por suerte, no fue más que un sueño hija. Más precisamente una pesadilla, y confío en que la vida me ayudará a que no sea una realidad.
Porque la realidad hija, la más inmediata y la más importante que hace a nosotras, es que anoche leí que sí va a haber una marcha; una marcha de la vida real de la gente que busca sus orígenes, y tal vez el sueño haya ocurrido por esa noticia que leí.
Porque más allá de que esa cantidad de gente quiera movilizarse para lograr leyes y respuesta del estado a su situación, cosa que comprendo y te imaginarás que apoyo,
¿sabés que me imaginé yo, justo antes de dormirme? Lo que se veía en el sueño: que la gente caminaba en la marcha con un cartel con sus datos de nacimiento, y que tal vez yo podría concurrir para intentar encontrarte. Es cierto también que mi pensamiento no quedó en una mera linda ensoñación, y que me enredé pensando en que pasaría si te encuentro con el resto de mi vida, con las personas que me rodean.
Porque mis hijas no saben de tu existencia hija. Porque mi esposo no lo toma en cuenta como algo real de mi historia. Lo hablamos una sola vez cuando éramos novios, y es un tema que nunca más se tocó. Y es también una pesada carga que arrastro en mi vida, como esa bolsa llena de piedras de mi sueño, con la que no sé que hacer, ni dónde poner.
Sin embargo quiero que sepas que no por eso dejo de planteármelo, de preguntármelo, últimamente cada vez más, y sé que si he de en algún momento decidirme a buscarte, tengo primero que resolver este punto.
Porque además me voy dando cuenta de que no tengo derecho a condenarte a una invisibilidad eterna en mi vida ¿no? Inclusive no sé si no debería hablar de esto con mi familia, aún cuando nunca te encontrara ( tampoco puedo imaginar que eso pase).
Claro está que también tengo el temor de que prefieras que yo permanezca invisible, pero bueno, habrá que enfrentarlo, darle chances al menos a que la realidad se manifieste.
Creo que prefiero asumir ese riesgo a seguir soñando o imaginando nada más.
Por aquí ando hija mía, luchando por dejar salir de mí los sentimientos que siempre estuvieron.
Acordate de hacerte un enorme cartel con tus datos para la marcha del 8. Yo también debería llevar uno, creo.
Lo principal ahora es trabajar conmigo misma y con mis miedos para atreverme a ir, para mantenerme abierta a tu existencia, frente a lo que ha sido el secreto por siempre guardado, el que nadie a mi alrededor conoce.
Te mando todo el cariño que me va emergiendo, que es mucho.

Hispana, tu madre.
Nota: Recuerden que Hispana es un personaje de ficción, como así también las cartas que escribe.
Si lees y tenés un momento, podés dejar tu comentario. Gracias.

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